En el momento que
contemplamos la terminación de la vida de cada ser humano y la inmensidad del
universo nos encontramos con una serie de acontecimientos algunas veces
difíciles de comprender y otras no menos incoherentes a nuestra propia razón.
Distinguimos nuestra pequeñez y nos preguntamos como el salmista “Al ver el
cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿Qué es el
hombre para que pienses en él, el ser humano para que le cuides?” Salmo 8.[118] Y si nos adentramos en el
propósito entendemos que la vida del ser humano goza de mucho valor, pues solo
con observar en el mundo de la industria detallamos claramente como prototipo
que una pierna no vale lo de millones de automóviles de ultima gama
construidos, y saben porque,
porque no se ha podido crear una igual a la del ser humano; o si nos adentramos en el mundo de la política, observamos que no hay más grandeza en la voluntad del ser humano que en todos los órdenes gubernamentales, ya que la existencia de cada uno de ellos depende de dicha voluntad de los hombres.[119]
porque no se ha podido crear una igual a la del ser humano; o si nos adentramos en el mundo de la política, observamos que no hay más grandeza en la voluntad del ser humano que en todos los órdenes gubernamentales, ya que la existencia de cada uno de ellos depende de dicha voluntad de los hombres.[119]
Un solo hombre tiene más
valor que todo el universo junto, pues sencillamente porque es Persona. Pero no
puede vivir sin las condiciones que el entorno le ha brindado para que se
desarrolle y viva. Somos seres humanos “Personas”, porque no somos un puñado de
carne, de huesos o nervios sin sentido, sino que, gozamos de ciertas
capacidades que nos diferencian de los demás seres, podemos pensar, tener emociones,
sentimientos, gozamos de un alma espiritual, el saber que podemos conocer
“aprender”, de igual forma, el hecho de nuestra voluntad, de la conciencia de
nuestra vida y de nuestra muerte.
Cada ser humano es una
creatura del Dios, por tanto es único e irrepetible y goza de la dignidad que
Él mismo le ha otorgado. Se debe juzgar de tal forma, que somos individuos
puestos en un mundo para vivir en relación, con nosotros mismos, con los demás,
con el mundo y con Dios.
Una de las peculiaridades
esenciales del ser humano, a diferencia del animal es que pueden darse cuenta
de su existencia, tomar distancia de sí mismo, despojarse como objeto y pensar sobre su existir, sobre su condición
de hallarse en este mundo, a su vez, el acontecimiento de que puede ser pensado
y pensar el mundo circundante, transformarse y transformarlo; el hombre es el
ser que sabe que sabe, tiene conciencia de sí mismo y goza de la capacidad
integrar el mundo a su existencia.
Por otro lado, la persona es
una construcción constante, no está terminada, es una criatura que debe día a
día ir construyendo su propio equipaje en el arbolare de su propio existir. Y
aunque este influenciado mucho por las impresiones y estimulos, al igual que
las restricciones de los normas, principios u ordenanzas, e incluso por la
ignorancia, tiene el privilegio de poder elegir libremente, pues goza de
voluntad propia, no necesita dejarse dominar por los instintos, él puede ser
dueño de sí mismo, apto de hacer lo que le ennoblece y eleva. Y es ahí donde
está su responsabilidad, siendo garante de su propia vida.
Posteriormente el hombre se
adhiere con su creador, pues algunos exteriorizan que estamos formados de
barro, somos nada ante los ojos del artista que nos ha dado forma. Pero en
realidad deberíamos proclamar “somos todo porque fuimos hechos a imagen y
semejanza del Creador”. Gozamos de capacidades incontables dadas en su infinita
bondad, parecidos a Él, capaces de entender y de amar, de ser conscientes de
nuestro lugar en el mundo, convirtiéndonos en la imagen viva de Dios, no del
todo supuesta, más bien un poco desfigurada, por causa del pecado, pero imagen
al fin.
En palabras del Papa Pablo VI nos adentramos en dicha experiencia de
identificación “Hay algo en el hombre que supera al hombre mismo, …ese algo es
Dios mismo” quien se refleja en nosotros más que en cualquier otra de sus
obras, por ello dice el Papa, para conocer a Dios hay que conocer al Hombre, en
la medida que yo entienda que respetar a Dios es respectar al hombre, podre
reconocer que en el amor hacia los hombres estoy amando a Dios, en suma, el que
agrede al hombre, agrede a Dios mismo.
Confrontemos ahora las
visiones inadecuadas del hombre en América Latina. A saber, descubrimos al
hombre determinista aprisionado en la práctica de la hechicería, pues hay
variedad de cultos y creencias al respecto, mucha gente cree en el poder mágico
y en la influencia maléfica de ciertas palabras, acciones u objetos y hacen
depender a Dios de acontecimientos humanos[120]. Se profesa las prácticas
de brujos, adivinos, en ciertos ritos, fetiches, amuletos convirtiéndose en
aspectos negativos de la religiosidad popular. Ahora bien, el interés creciente
por los horóscopos o la astrología, creyendo que sus vidas están siendo
dominadas por fuerzas zodiacales. Aun así, surge la creencia en la
reencarnación, propagada por parte de los adeptos de varias formas de
espiritismo y de religiones orientales.
Similarmente surge el
pasivismo providencialista, donde muchos cristianos creen equivocadamente que
todo lo que les sucede es determinado e impuesto fatalmente por Dios, sin
conocer que el actuar del hombre debe ser al lado de Dios providente. Y ahora
viene el fatalismo social, que se apoya en la idea errónea de que los hombres
no son fundamentalmente iguales. Esta falta de respeto a la persona se
manifiesta en expresiones y actitudes de quienes se juzgan superiores a los
demás. De aquí la situación de desigualdad en que viven obreros, campesinos,
empleadas domésticas y tantos otros sectores de la sociedad.[121]
Otro aspecto es la visión
Psicologista, donde la persona humana se reduce, en última instancia a su
psiquismo, indicándonos que somos víctimas de nuestros instintos, esto según
Freud. Y otros seguidores de Pavlov, aseguran que el hombre carece de libertad,
responde mecánicamente a estimulos.
Pasemos ahora a la visión
economicista, donde la visión consumista del hombre se ve ahogado por su afán
de
llenarse de cosas, deconsumir y de gastar, también, vemos a un hombre
individualista, donde se cierra y se vuelve sordo a las exigencias de la
justicia social y se coloca al servicio del capitalismo. Y en últimas, notamos
una visión colectivista, en donde se ve reflejada la lucha constante de las
fuerzas materiales de producción en contra de las estructuras políticas y
económicas.

Falta ahora un punto
esencial, la visión estatista, cientista y hedonista del hombre
latinoamericano. En cuanto a la primera, los individuos están al servicio de la
seguridad nacional del estado, pues hay una supuesta guerra total contra los
conflictos culturales, sociales, políticos y económicos. Por otro lado, en la
segunda visión “Cientista” solo se reconoce como verdad lo que la ciencia puede
demostrar, incluso a la afrenta de la dignidad humana. Y la tercera visión
hedonista, nos interpela el saber que el hombre en su afán de buscar la
felicidad, ha caído tempestuosamente en el placer por el placer, le ha rendido
culto a la sexualidad desenfrenada, a la despliegue de un arsenal que se ha
salido del control, de los ímpetus, y se ha desbordado por doquier en la
sociedad, llevando a vejámenes nunca
antes vistos en contra de las bases de la sociedad y la humanidad.
Bien, pareciera con todo lo
anterior que estamos en un laberinto sin salida, en una encrucijada que carece
de razones. Llevándonos a la decadencia y al desgaste desacertado de la
existencia, de nuestra vidas. Comprobamos de este modo que no podemos solos,
que necesitamos de la mano de alguien y ese ser es Dios. Él sale al encuentro
de nosotros, de la humanidad, nos brinda su acompañamiento, prueba de ello lo
podemos recordar en las Escrituras, donde llama a Abraham, a Moisés, a los
Jueces, Reyes, Sacerdotes, infunde su pacto, realiza una alianza con su pueblo,
la cual desemboca en que Dios mismo se hace Hombre y vive entre nosotros, en la
Persona de Jesús de Nazaret, quien vivió como un hombre cualquiera, se asemejo
en todo a nosotros menos en el pecado. Era un hombre sencillo del pueblo,
carpintero, iba de ciudad en ciudad, le ofendían pero a la vez lo aclamaban,
sintió hambre, dolor, alegría y felicidad. Desde su nacimiento y a lo largo de
su misión vive en un mundo pobre, se siente agradable en compañía de los pobres
y desdichados de la sociedad, sin rehuir al trato con sus enemigos y otras
esferas de la sociedad.

Por ello, nos podemos
encontrar con Cristo resucitado en los sacramentos que él nos ha dado como
vínculos con su misterio, participando de su bautizo, de su comunión, “Sangre y
Cuerpo”, debemos asimismo confirmarnos en el Espíritu Santo, recibir las
gracias y dones especiales para renacer a la vida nueva, ser nuevas criaturas y
dejar todo lo malo que hay en nosotros “El pecad”, cumplir con el mandamiento
del amor en las obras de misericordia que realizamos constantemente, y sobre
todo, estar unido en la comunidad Eclesial, donde vamos a obtener la salvación
y el encuentro personal con aquel ser que nos ha hecho a su imagen y semejanza.
Cristo Jesús.
[118]
Biblia de Jerusalén (1998). Editorial Desclée de Brouwer, S.A
[119]
LADARIA L (2001) “Tratado de Antropología
Teológica”. Editorial Herder
[120]
LADARIA L (2001) “Tratado de Antropología
Teológica”. Editorial Herder
[121]
Puebla (1979) Pág. 308-309
[122]
Aguirre Monasterio R. Y Rodríguez Carmona R. (2012) “Evangelios Sinópticos y hechos de los Apóstoles” Editorial Verbo
Divino. Navarra España.
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